
Los hijos se formaban al lado del padre y de los adultos mientras que la actividad doméstica especializaba a las niñas. No se trataba sólo de vivir decorosamente con finca y con casa, en la recién fundada colonia, sino de «embellecer el hogar con el buen gusto y sencillez de la mujer hacendosa, y ahorrando sin imponer privaciones a la familia, pues se entiende que la economía y el buen orden producen milagros». En su cuento La Dinastía de los Bedoyas, Rafael Arango Villegas pinta esta situación paseando al lector por una típica finca de un pequeño campesino y le muestra el papel de la esposa, y su incansable actividad las 24 horas, los doce hijos, el hogar y la finca.
La educación de los niños se orientaba a las actividades productivas mientras que las niñas se sumergían en las actividades domésticas las cuales se hacían cada vez más complejas de acuerdo con las exigencias de la finca familiar. No era suficiente hacer la comida, alimentar gallinas y cerdos, sino que era necesario saber bordar, tejer, coser y administrar una casa.
La enseñanza de los tejidos, los bordados y la costura corría a cargo de la abuela y de la madre y absorbían gran parte del tiempo libre de las niñas, quienes debían quitar este tiempo a los juegos, pues pasaban de la niñez al matrimonio. Las abuelas decían que «hilar es tejer el futuro» y en este campo era obligatorio aprender las siguientes labores: hilván, punto de bastilla, pespunte, dobladillo, punto de guante, punto ojal, punto cadena, punto cruzado, pata de gallo, punto espina, sobrecostura, plegado, ojales, presillas, zurcidos, remiendos, vainillas simples y deshilado. Aprendían a bordar ropones, enaguas, sábanas, sobre sábanas, cojines, cortinas, manteles y en general todo lo necesario para el hogar; con frecuencia, desde los ocho años, la niña empezaba a confeccionar el ajuar del matrimonio.
Es un deleite leerte! Parece que hubieras vivido esas épocas.!
Me gustaMe gusta
Es un deleite leerte, parece que hubieras vivido esas épocas!
Me gustaMe gusta