EL 20 DE JULIO DE 1810

Reyerta del 20 de julio. Oleo de Pedro Alcántara Quijano Casa del Florero

La insurrección del 20 de julio de 1810 en Santafé la organizaron los criollos ricos en el Observatorio Astronómico que dirigía Francisco José de Caldas. Todo lo planearon el 19 de julio, pero faltaba la chispa, la oportunidad; en este punto se inventaron el “Florero de Llorente”, para alborotar el criollismo contra los desmanes del gobierno colonial. Esperaban la visita de Antonio Villavicencio, de padre quiteño y de madre santafereña; Villavicencio promovió la creación de Juntas de Gobierno en todo el virreinato, siempre y cuando reconocieran al Consejo de Regencia de España. Los criollos de Santafé necesitaban organizar una Junta en la ciudad, pero con apoyo del pueblo para amedrentar a las autoridades españolas, especialmente al virrey y a la Real Audiencia.

Para la protesta social se inventaron el detonante; organizaron un banquete en la casa de Pantaleón Santamaría y para adornar la mesa necesitaban un florero, un charol o un ramillete, para lo cual acudieron a la tienda del chapetón José González Llorente, personaje cascarrabias y de malas pulgas, que odiaba a los americanos; también seleccionaron el día apropiado, viernes de mercado, al medio día. Don Pantaleón Santamaría fue el encargado de solicitar el lujoso objeto al grosero Chapetón pero éste le contestó que no lo prestaba porque después se lo devolvían en mal estado y perdía valor; en ese momento pasaba por allí Antonio Morales y le dijo que no le hiciera caso a Llorente porque era un pobre sastrezuelo que había dicho cosas terribles contra los criollos. Morales levantó la voz para que la gente escuchara y luego cogió un palo y le pegó una golpiza al pobre chapetón quien salió corriendo y se escondió. En este punto los conspiradores habían logrado su propósito; la calle real hervía de gente y a la protesta se sumaron los estudiantes de El Rosario y de San Bartolomé.

La gente pidió cabildo abierto y que se nombrara una Junta de Gobierno. El virrey Amar y Borbón no quería que sesionara el cabildo, sin embargo no resistió la presión de los dirigentes del complot, donde estaban Camilo Torres, José Acevedo y Gómez, Miguel Pombo y Frutos Joaquín Gutiérrez; pero los verdaderos “incendiarios”, que convocaron al pueblo, fueron tres personajes: el presbítero Juan Nepomuceno Azuero, quien reunió a los mercaderes con su elocuencia, utilizando un lenguaje verdaderamente revolucionario; al mismo tiempo el joven José María Carbonell recorrió la ciudad, fue a San Victorino, subió hasta el barrio Egipto y visitó los extramuros invitando a todos a concentrarse en la plaza principal; el tercer agitador fue el padre Pedro Lobatón, nadie menos que el confesor del virrey; tenía la facilidad de palabra por su experiencia en el púlpito y se puso al frente de la multitud.

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