MITOS, ESPANTOS Y LEYENDAS

En las regiones del Paisaje Cultural Cafetero hace presencia una mezcla de mitos, espantos, supersticiones, creencias, magia, animismo y totemismo, como parte de la cultura popular; es la herencia indígena, española y africana, arraigada en la mentalidad colectiva, con mucha fuerza en las fincas, aldeas, veredas y pueblos. Las supersticiones y supervivencias de creencias populares como curanderos, adivinos y brujas, vienen de la edad media. En esa época la interpretación eclesiástica veía en las supersticiones la mano del demonio que se aprovechaba de los espíritus incultos y débiles, especialmente de la población del campo.

Así, en el oscurantismo, hizo carrera el poder de las brujas y de los malos espíritus, creencia que se extendió al cuerpo de los hombres, a los animales, a la naturaleza, al clima y a las cosechas. A esto se le suma el pánico que producían las enfermedades inexplicables e incurables como la peste negra. Los conquistadores europeos trajeron las supersticiones en forma de presagios, amuletos, adivinación y brujería y a esto se le agrega la tradición aborigen y los aportes de los afrodescendientes. 

Los mitos reflejan las creencias en los espíritus protectores de las selvas, lagunas y ríos. Son deidades populares, tutelares o personificación de fuerzas naturales y ofrecen explicaciones primitivas o ingenuas sobre fenómenos naturales como las tempestades, los rayos, la lluvia, las borrascas y las inundaciones. 

Los mitos se dividen en dos grupos: los mayores son personificaciones de fuerzas naturales, como La Madre Monte, La Patasola, El Bracamonte, El Hojarasquín del monte, La Patetarro, El Mohán y La Llorona; los mitos menores aparecen en los caminos, lagunas, quebradas, ríos, minas y sitios abandonados: El Cura Sin Cabeza, María La Parda, La Muelona, La Tarasca, El Sombrerón, los espantos, los duendes y las brujas (VélezCorrea, 2007). 

El mito más importante es La Patasola o Patasolo, considerado el mito mayor de América y de Colombia, es una deidad de la selva; se dice que roba los niños y los deja abandonados en medio de la montaña. La Patasola suele aparecer cuando cae la tarde y empieza la penumbra, da señales de vida a la orilla de los montes, donde termina la parcela o los cultivos de los campesinos y empieza la selva oscura, impenetrable y azarosa. La describen con forma de mujer, cabellos largos, ojos desorbitados, nariz de gancho, colmillos de felino, largos brazos y un solo pecho y una sola pata. Cuida la selva de los hacheros que derriban los árboles, protege a los animales de los cazadores y espanta a los perros. Cuando algún cazador se aparta de sus compañeros se le aparece una mujer hermosa que le hace señas para que la siga y cuando menos piensa el pobre hombre se encuentra perdido en la selva profunda; en ese momento escucha una terrible y espantosa carcajada. Sobre este mito escribió Tomás Carrasquilla que en la región minera de Antioquia “habita El Patasola, que disparándose del bosque, en tres zancadas, desgaja los frutales, rompe cercos, hunde techos y cuanto topa, con su única pezuña, hendida como la de un marrano babilónico. No se conoce contra que le valga”.

Otro mito muy conocido es La Patetarro, considerada el tormento y martirio de los mineros. Se dice que es una mujer que grita horriblemente en medio de la noche; se le oye en la espesura de los montes y en la profundidad de los socavones de las minas. Don Tomás Carrasquilla la define como 

Un gigantón que solo tiene una pierna de carne y hueso. Para poder andarse en sus fechorías, se acomoda en el muslo mocho un trozo de guadua, un tarro de esos horadados en el interior de sus divisiones, en que cargan agua algunos montañeses de nuestras alturas. No bien lo llena con sus líquidos pestilentes, se sale a las sementeras y en ellas los derrama, el muy cochino. En la parte que coge se secan hasta los árboles, si no resultan gusaneras de cosecha y hormigueros que todo lo arrasan ¡Horribles son los líquidos de El Patetarro! Si no fuera porque el grandísimo sinvergüenza se muere de miedo con las calaveras de vaca, no quedara a vida ni un papayo, en estos sembrados montañeros. (Carrasquilla, 1964, p. 29)

La Patetarro es perversa y vengativa; no tolera que entren a sus dominios. Cuando las personas entran a la selva y organizan los campamentos, no los deja dormir, porque un enorme búho revolotea por las copas de los árboles, sacude chamizos y alborota la hojarasca; y les brama, pero nadie la ha visto.

Pero escribió Tomás Carrasquilla (1964) que 

Aquí el más funesto y espantoso de estos enemigos es El Bracamonte, incógnito y misterioso. Ningún ojo humano lo ha visto, porque nunca sale de las espesuras, mas desde ellas, hace sus estragos; sus bramidos y baladros son tan pavorosos que oyéndole se echan a temblar los ganados y perecen entre horribles convulsiones. De cuanta peste sobrevenga en hatos y corrales, tiene la culpa el Bracamonte ¿Qué contra puede tener este malvado? (p. 29)

El Bracamonte no sale a los potreros para no encontrarse con las osamentas de sus víctimas.  Le tiene pánico a las calaveras de las vacas; por esta razón los campesinos clavan cerca de las orillas de los montes largos palos y en el extremo ponen calaveras de vaca mirando hacia el bosque para protegerse.

Otro mito muy popular en el campo y en los pueblos es La Llorona, conocida en toda América, desde México hasta Chile. La Llorona es una leyenda que se convirtió en mito, con características antropomorfas. Dicen que es un espanto con forma de mujer, con largas vestiduras, cabellera larga y desmelenada, rostro flaco, cadavérico y brazos en una posición como si estuviera acunando o arrullando un niño muerto. Lo que más espanta es su grito lastimero, el llanto constante. En Antioquia, Caldas, Risaralda y Quindío, desde finales del siglo XIX, los campesinos metidos en sus casitas perdidas en la selva escuchaban después de las seis de la tarde, un grito de lamento que retumbaba en la oscuridad y atravesaba los caminos encañonados; este largo quejido lo escuchaban los viajeros y los arrieros cogidos de la tarde que se apresuraban para llegar a la fonda o posada. En medio de la tempestad y de la espesa neblina los labriegos veían con toda claridad la imagen de La Llorona que se movía por entre los bosques de guadua y de yarumos.

Fuentes:

  • Carrasquilla, Tomás (1964). La marquesa de Yolombó. Medellín: Editorial Bedout.
  • Escobar-Uribe, Arturo (1950). Mitos de Antioquia. Bogotá: Minerva.
  • Vélez-Correa, Fabio (2007). Mitos, espantos y leyendas de Caldas. Manizales: Secretaría de Cultura de Caldas.

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