
Haré énfasis en un grupo de personas que se hicieron a pulso, por olfato, aprovechando las oportunidades que ofrecía el medio, en una región donde la frontera del sur de Antioquia se expandía constantemente.
Un ejemplo es Gabriel Arango Palacio; nació en Abejorral y se vino con la familia a probar fortuna en Manizales. Aprovechó las guerras civiles y se enriqueció con el comercio de cacao y sal. Cuando se enteró de las posibilidades de colonización en el Quindío, mandó a su hijo Guillermo y a su yerno Félix Arango para que se ubicaran en lotes extensos y buenos, tumbaran la selva y sembraran pasto para formar hatos ganaderos. En 1887 era la cuarta persona más rica del distrito con una fortuna de $36.500; fue hombre de empresa, alcalde de Manizales y juez municipal por varios períodos. Sin embargo, a pesar de su enorme fortuna y prestancia social era una persona muy sencilla. Sobre él se cuenta la siguiente anécdota:
“Regresaba don Gabriel a su hogar arriando unos bueyes de carga, desde Cartago; y cuando estaba cerca a Manizales lo alcanzó un jinete de lindas polainas, sombrerito elegante y mucho pañuelo de seda al cuello, quien pensó que don Gabriel era simplemente un peón, por la forma como vestía y le preguntó cosas sin importancia para distraer el aburrimiento; después le dijo:
— Lléveme esta maleta, paisa.
— Yo no, pero la llevarán mis bueyes —respondió con un poco de malicia.
— Y ¿Qué hoteles hay en Manizales? —Le preguntó el viajero.
— Buenos.
— ¿Me indicaría uno de confianza?
— Con mucho gusto.
Al poco rato vio el forastero que traían un poderoso y lindísimo caballo para don Gabriel, quien montó y siguieron cabalgando juntos, dejando los bueyes al cuidado de los peones.
Al entrar a la ciudad, dijo el viajero al extraño guía:
— ¿Y el hotel?
— Sígame usted.
Siguieron calles adentro, llegaron a la plaza mayor y se detuvieron ante una hermosa casa. Al momento salió al encuentro un grupo de señoritas que colmaron de cariño al padre.
— Señor —dijo don Gabriel al compañero— Aquí tiene usted mi casa, donde encontrará, si no grandes comodidades, si mucha hospitalidad.
El cachaquito algo corrido, aceptó la invitación y quedó encantado de la delicadeza de aquella familia”.
Los aportes de Albeiro Valencia Llano son de importancia capital para estudiar, comprender, investigar, escribir, difundir y enseñar la historiografía regional.
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