Símbolos de la arriería

Deseo hacer una reflexión sobre varios símbolos de la arriería y mencionar algunos oficios que se desprenden de esta cultura. Los símbolos más destacados son el arriero, la mula y el buey y de aquí se desprenden la ruana, el poncho, la mulera, el tapapinche, las cotizas, las quimbas, el sombrero, el zurriago, el machete, el carriel o guarniel, la enjalma, la herradura, el camino real, la fonda y la posada. Pero solo haré énfasis en algunos símbolos y oficios, en este recorrido por el Paisaje Cultural Cafetero.

Dicen que el accesorio más importante que llevaba el arriero era el carriel, una sofisticada bolsa de cuero derivada del inglés CARRY ALL, porque servía para cargar todo lo necesario; se convirtió en utensilio práctico para los arrieros por la cantidad de bolsillos y por lo fácil de cargar, por medio de una correa ancha y delgada, colgada del hombro izquierdo y atravesada.

Según Agustín Jaramillo en el Testamento del paisa, aquí cabía dinero, libreta de apuntes, una barbera, el peine, un espejito, una bola de jabón de la tierra, una vela de sebo, el yesquero para prender fuego, la aguja de arria, un manojo de cabuya para remendar costales o las enjalmas, la navaja, algún amuleto, tabacos, un juego de dados, la baraja española y alguna pomada y medicamentos.

En su libro A lomo de mula, el antropólogo Germán Fierro describe lo que le contó un arriero:

Lo más importante para la jornada eran las herraduras para los cascos, para que no sufrieran mucho, clavos de herrar, también había que mantener buen martillo y buenas tenazas. Yo todavía tengo una aguja, vea la agujita esa me acompaña hace tantos años, es aguja de arria, para coser costales, para agrandarle el aparejo a las bestias, coser las enjalmas, para remendar el pantalón; en esa época no había misterio, ni tanta bullaranga, ni tanta cosa. Una vida normal y buena, tanta pendejada no se acostumbraba, no había que esperar a ir donde una mujer para que nos cosa o nos lave, esto no. Nosotros mismos salíamos: vamos a lavar esta ropa y había unas fruticas de chucho que las cogíamos y las machacábamos en una piedra y le untábamos a la ropa; porque ¿cuál jabón había? En ese tiempo no había jabón, nada de eso, solo fruta de chucho, un arbolito pequeño. En estos guarnieles nosotros cargábamos lo que se nos atravesaba, echábamos una libra de panela ahí, o echábamos un quesito de afán o un centavo de pan, que era un pan grande, y bueno y sobraba la comida, o una arepa de chócolo para ir masticando por el camino. Es que yo no puedo dejar el carriel, hombre, que tan raro, no puedo dejar la costumbre.

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