
Hace un siglo, el 3 de julio de 1925, los manizaleños pensaron que la ciudad sería consumida por el pavoroso incendio que afectó 32 manzanas del corazón de la población. Varias generaciones soportaron los terremotos de 1875, 1878 y 1888, lo mismo que el incendio de 1922, pero ahora la catástrofe tenía otra dimensión. Este viernes 3 de julio, pasadas las 9 de la noche, se inició el fuego en la Droguería Andina en la carrera 22 con calle 21; en el establecimiento tenían almacenados materiales muy inflamables lo que explica la rápida propagación del fuego, que solo lograron extinguir a las 11 de la mañana del día siguiente. Como en esa época no había cuerpo de bomberos las señales de alarma se daban por medio de campanas y se llamaba “plegaria”. Las autoridades y la ciudadanía trabajaron intensamente en la extinción del incendio, utilizando vasijas y otros utensilios como herramientas. Al cabo de un rato el fuego parecía dominado, pero como en la droguería vendían mercancías y municiones para revólveres, escopetas y rifles, se produjo la explosión que atemorizó a la gente; el incendio tomó más fuerza y se propagó a las manzanas vecinas.
Se hicieron presentes en el lugar el personero municipal doctor Tulio Gómez Estrada, el alcalde José Manuel Gutiérrez Peláez y el gobernador del departamento doctor Gerardo Arias Mejía. El personero buscó a los ingenieros al servicio del municipio y planearon varios métodos para luchar contra el fuego; participaron el Ejército, la Policía y los ciudadanos. En forma rápida el incendio se extendió al costado occidental de la plaza de Bolívar y continuó hacia la calle de la Esponsión que corresponde en la actualidad a la carrera 23; en otra dirección llegó hasta “La Cuchilla”.
Esto era una catástrofe, cuando destruían edificios para aislar las llamas, los restos de la demolición servían de combustible; entonces las autoridades optaron por volar con dinamita algunos edificios que se encontraban retirados. El pánico se apoderó de los habitantes; llegaron la confusión y el desespero. Todos acudían al lugar de los hechos; en la medida en que avanzaba el incendio desocupaban casas y almacenes. Las mercancías y enseres se trasladaban a la plaza de Bolívar y al sitio donde se hacían las ferias, denominado “El Corral”; era el lugar donde después construyeron el edificio de La Patria, carrera 20 con calle 22. Allí se depositaron muebles, mercancías y toda clase de objetos domésticos.
Al amanecer se quemó el edificio de la gobernación; construido en madera, de cuatro pisos, con revestimientos metálicos. Aquí ardieron los archivos y también se perdió el Museo de Manizales, fundado en 1885, en el que había objetos muy curiosos pertenecientes a los fundadores de la ciudad; por ejemplo, estaban los estribos de don Pablo Jaramillo, quien permaneció la mayor parte de su vida a caballo “y como no usaba calzado en los estribos había quedado estampada la horma de su pie”.
Sobre la dimensión de la conflagración anotó la escritora Natalia Ocampo, en su novela Una mujer, novela histórico-social
Era un viernes, como a las 10 de la noche. Leticia, después de efectuar su habitual costumbre religiosa de rezar el rosario con sus hijos, se puso a coser. De súbito percibió carreras por la calle y oyó cómo las campanas de las iglesias tocaban plegarias. ¡Qué sobresalto! Cuán conmovedor era entonces aquel tin… tin… tan… tan… que anunciaba una desgracia colectiva… ¡Un incendio!, del cual todos podían ser víctimas. Como entonces no había cuerpo organizado de bomberos ni ningún conocimiento técnico para tales casos, el llamamiento convidaba a todo el mundo para que prestara su contingente, según iniciativa individual. Leticia abrió la puerta, vio un gran reflejo y gentes que corrían. Preguntó a los transeúntes y le contestaron que ardían los almacenes de las Drogunidas, situadas en la esquina de la segunda calle real.
Un haz de llamas, muy alto, destacándose en todo el corazón de la ciudad, fue lo que vio Leticia con ojos espantados, cuando asomó a la esquina; por todas partes acuden gentes al lugar del siniestro. Las campanas seguían gimiendo y el grupo de personas era ya compacto y grande, pero se contuvieron y retrocedieron cuando el incendio tomó cuerpo en las bodegas de las droguerías, porque allí había gases y combustibles explosivos.
¡Socorro! ¡Auxilio! gritaban de las casas adyacentes; y se movían los habitantes, sin saber si esperar o huir, inciertos y locos por el terror. Los explosivos repercutieron horrísonos, expandiendo combustible a diestra y siniestra, de suerte que con rapidez vertiginosa el incendio tomó cuerpo, prendiendo en cuantos edificios lo rodeaban. Avanzaba, tragaba y como enemigo poderoso hacía retroceder a los intrépidos defensores. Devoradas las primeras manzanas, ya no fue posible contenerlo.
Decían los testigos del incendio que la conflagración se extendió con tanta rapidez porque se usó dinamita para aislar casas, detener las llamas y eliminar el peligro de ruina total de la ciudad. Pero esta media resultó peor
Dióse la orden de volar con dinamita edificios adyacentes y entonces repercutió por todos los ámbitos aquel estallido horrísono que, conmoviendo las entrañas de la tierra, semejaba además, el cataclismo del terremoto. Con esto hubo los muertos; porque o reventaban por el estallido, o los alcanzaban cascos que los herían y mataban. Cuando fue efectivo este nuevo desastre las gentes huyeron y dejaron el campo libre al devastador enemigo.
Enrique, Ernesto y Daniel se llegaron a casa fatigados, lastimados, ennegrecidos, hambrientos. Para colmo de males este día era viernes víspera del mercado y las despensas estaban vacías. Leticia consolada al ver a los suyos vivos aunque maltrechos, corrió a escudriñar su despensa y sólo encontró algunos huevos, un poco de manteca y chocolate. Ernesto trajo parva y una botella de vino de tantas como habían sacado de las cantinas al desocuparlas, procurando evitar tanto desorden pues muchos amigos de Baco pegaban sus bocas a las tinas rotas y, lógico, que con tantos embriagados aumentaron los robos y los dichos blasfemos irreverentes ante el sublime pero trágico espectáculo.
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