
En nuestra cultura popular llama la atención el folclor mágico; todavía quedan reminiscencias en aldeas y pueblos de Antioquia, Caldas, Risaralda y Tolima, pero, por supuesto, en muchas otras regiones del país; sin embargo, aquí hago énfasis en el patrimonio inmaterial del Paisaje Cultural Cafetero de Colombia. Este tema de amuletos, talismanes, monicongos y guaricongas todavía llama la atención por el manto de misterio que lo envuelve.
Los amuletos son objetos que protegen a las personas de problemas y peligros, pero también sirven para la buena suerte, tienen semejanza con los talismanes porque se les atribuyen poderes sobrenaturales. Por ejemplo, un amuleto bastante popular era la guariconga que se obtenía de la siguiente manera:
Lo primero que usté tiene que conseguir es una olla de cualquier clase, en qué cocinar una gata negra. Cuando tenga la olla lista y la gata negra enmuchilada, coge camino y se va solo a buscar una montaña eriaza, en la que se tiene que dentrar hasta que llegue a un punto onde no se pueda oír ni el latido del perro ni el cantido del gallo. Cuando ya té convencido de que ha llegado al puro riñón del monte, entonces prende candela y pone encima l’olla con agua a calentar, y cuando l’agua té en plena jervezón se le zampa la gata viva y la tapa bien. La deja que se cocine hasta pasada la media noche, y cuando ya carcule que ta deshecha la gata, baja la olla a que se ínfrie, y aguarda hasta que amanezca. Apenas haiga luz en el monte suficiente para poder ver por onde es posible andar, destapa la olla y dándole a ésta la espalda, comienza a sacar al tanteo los güesos del animal; sin mirálos va levantando cada uno, y mostrándolo por detrás pregunta gritao: ¿éste?… Una voz gruesa, ronca y cavernosa, le contesta desde el fondo del monte: ¡no!, güelve a sacar otro güeso y otro, hasta que la voz le responda ¡sí! Antonces con el güeso en la mano, y sin mirar de p’atrás, sale en carrera tendida por el monte, reventando bejucos y tumbando troncos, sin acordarse de más olla ni más nada. Usté siente que se le vienen los árboles encima, y oye una tronamenta, mezcla de tempestá, de palos que caen y de berridos de fiera, lo más espantoso que se puede figurar. Pero no haga caso de ninguna voz, ruido, grito, chillido ni nada, y siga corriendo, sin voltear a ver de p’atrás ni contestar, porque si lo hace, aí mesmo queda piedrificado, y adios de la guariconga y hasta de la vida. Cuando ya se acabe el ruido puede parase a descansar y a mirar con toda calma y tranquilidá el güeso. Ese güeso es la guariconga, y di’ai palante ella le ayudará en todos los trances de la existencia, igual que el mejor monicongo. Y como la guariconga tiene algo de mujer, es astuta y rejugada, sabe fingir y es maliciosa, ladina y marrullera, todo esto se lo trasmite ella al dueño. (Gutiérrez,1949, pp. 47-48)
Este símbolo tomó tanta fuerza durante la colonización que en algunas fincas pagaban mejor salario a los peones que decían tener monicongo o guariconga, lo que en realidad significaba que eran trabajadores que se esforzaban por laborar más y mejor. Los sacerdotes perseguían estos artefactos supersticiosos por lo que se popularizó la siguiente copla:
Yo tenía mi guariconga
y el Cura se la llevó,
El Cura manda en su misa
y en mi guariconga yo.
(Tomado de: Benigno Gutiérrez. Arrume folclórico de todo el maiz)
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