
Los arrieros que se desplazaban por los caminos de herradura de Antioquia y de los municipios que conforman el territorio, conocido hoy como Paisaje Cultural Cafetero de Colombia, sufrían por las dificultades del terreno, por las lluvias y borrascas, por el implacable calor y por los espantos que se apoderaban de los caminos. Sobre el tema el antropólogo Germán Ferro Medina recoge algunos testimonios en su libro A lomo de mula, publicado por el Fondo Cultural Cafetero en 1994. Veamos algunos testimonios:
“ De Bolombolo pa’ riba pa’ subir al alto de Tres Puertas, nos cogían unas granizadas que eran una pelotas así y esas mulas apenas agachaban las orejas y había que pararlas ahí a recibir los guarapazos de esos granizos y a lo que medio escurrían íbamos a otra vuelta y descargábamos en las Lotero. En tiempo de invierno esos cascaquitos se ponen como agujas entonces, yo, todas las noches, como en ese tiempo no se usaba sino la vela de sebo, compraba una vela de sebo y la prendía y me untaba sebo en los pies, encima les restregaba un limón y haga de cuenta herrar una piedra, quedaba como una piedra el casco y así quedaba, yo no me descuidaba”.
“En ese tiempo no había remedios para una cortada, quedábamos con unas cortadas por aquí y por allí y a eso le vaciaba orines y le vaciaba veterina y úntese ahí y a ver como sigue el camino. Cuando eso no había inyecciones, ni nada”.
“Con otro señor llevábamos doce mulas, nos tocó sufrir mucho, ¡eh Avemaría!. Me tocaba, me tocó una época, donde había un lote de pantano, por ahí dos cuadras, en puro charco y yo solo, oiga, y yo solo con siete mulas, cargadas de cerveza para surtir una vereda: dos fondas y tres cantinas, una vereda. Oiga pues, y como a esta hora y cayendo agua y cayendo agua y todas caídas y todas caídas en el charco, en el pantano, le digo religiosamente, yo esa noche lloré, no me da pena, fue que lloré, yo lloré porque fíjese que estaba haciendo luna, cierto, y llegar yo, cuando se me cayó la última mula aquí al pie mío y todas regadas, todas caídas. ¡Ay! Que tragedia, me senté en el barranco a llorar y no lo niego, no me da pena decirlo, no lo niego, en un barranco a llorar con todo ese animalerío caído y yo emparamado, y ya como a las siete o más de la noche, oiga pues, y solo, y entonces me fui adelante, cogí la primera mula y la descargué, y cogí un bulto y lo tiré allí y cogí otro y lo tiré también y hágale, cogí esos rejos. Los guardé e iba despachando las mulas que se fueran yendo, hasta que llegué a la última. Había caminado un ratico poquito, ya con la última mula y venía ahí el hijo del patrón de la Fonda y viendo que entraron esas mulas allá vacías y empantanadas: qué me había pasado, ¿qué le pasó don Hernán? No, se me cayeron todas las mulas, se me cayeron en el pantanero y yo no trabajo más hoy. Si quieren vayan ustedes. Entonces me fui a la casa y yo llegué como berraco, no quise comer nada, me quité la ropa, me bañé y al otro día a las cuatro de la mañana me levanté a aparejar mulas para ir a traer esa carga para arrimar a la Fonda. Yo digo honradamente, yo sufrí mucho en la arriería, por ahí algunos veinticinco o treinta años en la arriería. A mí me tocó muy duro”.
“Los espantos existían, existían, hombre, eso y el diablo también se presentaba, yo no se qué es lo que pasa ahora, ya no hay nada de eso. Por este mismo camino. Bajaba, recién yo compré esto por aquí era esto, muy cerrado y bajaba mucha cosa; perros aullando, arrastrando cadenas y uno que llamaban José Bermúdez y en las quebradas era cierto lo de la ‘llorona’. Una vez estábamos en un punto que llamaban la Palma y entonces nos dijimos nosotros, Ud. ponía una pila de rejos aquí y fuera a llegar un forastero a cogerlo y el perro ahí mismo lo mordía. Estábamos tres arrieros: vamos por la quebrada de la Palma y cogemos un gurre con estos perros, que por aquí hay mucho gurre, vámonos y nos fuimos por ahí como a las ocho de la noche… y allá en esa cañada como a las diez, estaban los perros gua guaaa, buscando conejos y nosotros con las peinillas bregando donde podíamos cogerlo o donde bajaba… y de pronto meten un berrido por allá arriba ¡Ay… Ay…Ay! Y entonces a lo que estos perros oyeron eso, se nos meten entre las piernas de nosotros y que mmmmm y ¡que miedo! Se nos va erizando el pelo oye… cuando llega el otro berrido más abajo: ‘Aquiii lo eché y a onde lo encontrareeé’ decía una voz, y nosotros ahí, paraitos quietos ¡Jesús María y José! y los perros dentro de las patas de nosotros y ese viento frío, helado ¡Vámonos! Y salimos, no sabíamos cuál andar adelante, el uno déjeme pasar adelante, el otro yo no me quedo atrás y los perritos detrás y eso si fue cierto”.
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