
La población de Manizales estaba ubicada en la frontera sur de Antioquia, en los límites con el Estado del Cauca y para abrir el comercio hacia el puerto de Honda y río Magdalena, las autoridades organizaron tres caminos que la convirtieron en importante plaza comercial. El primero se empezó a construir en 1850, pasaba por el Páramo del Ruiz, llegaba a la actual población de Murillo, seguía a El Líbano y terminaba en Ambalema, considerada en ese momento la tercera ciudad mercantil de Colombia, por el comercio del tabaco.
El segundo camino era por el páramo de Aguacatal y se llamaba de La Elvira porque en una finca con ese nombre se ubicó el peaje, era más corto que el del Ruiz y se dirigía a Mariquita y el puerto de Honda; se inauguró en 1872 y tenía varias fondas o lugares de descanso a lo largo del camino.
El tercero fue el del Perrillo o La Moravia se inauguró en 1890 y fue construido por una sociedad integrada por los empresarios de la colonización Pantaleón González O., Pedro Uribe Ruiz, Rufino Elías Murillo y Manuel María Grisales. Estos empresarios obtuvieron privilegio de los Estados de Antioquía y el Tolima para abrir este camino que saliendo de Manizales llegaba a Hoyo Frío, Río Guacaica, La Rocallosa, fonda Los Sauces, Fonda Ventiaderos, La Plancha, San Pablo (donde se organizó la fonda y el peaje), La Línea (punto divisorio entre los Estados), La Moravia y aldea Brasil, para empatar con el camino que conducía a las aldeas de Los Mesones, Cruz Gorda, Aldea de Guarumo, La Florida, Fresno y Mariquita. La ruta ayudó a descongestionar los otros caminos de Manizales al río Magdalena: El Ruiz y Aguacatal o de La Elvira. El problema más grave de este camino era la tenebrosa falda de La Moravia o Cuello de la Moravia. El camino lo recorrió el francés Félix Serret en 1911 y describe el paso del siguiente modo:
Una vez que hubimos desayunado, nos pusimos nuevamente en ruta. El camino subía muy rápidamente, y como era en extremo fangoso, habían colocado sobre las partes más llenas de baches una especie de tablados denominados empalisados, formados por troncos de árboles recortados y puestos transversalmente de manera que los animales de silla o de carga tuvieran puntos de apoyo suficientemente sólidos. Poco después de haber dejado la posada, nos encontramos con una numerosa partida o manada de bueyes de carga que llevaban diversas mercancías para Manizales. Estas partidas se componen generalmente de 20 a 60 bestias, cada una de las cuales lleva 120 a 140 kilos.
Es el medio de transporte que más le conviene a la región, pues el buey también tiene las patas seguras y aún más sólidas que las de la mula y su mantenimiento cuesta muy poco. Sin embargo, mientras las mulas sólo gastan de tres a cinco días para ir de Mariquita a Manizales, o viceversa, los bueyes emplean ordinariamente de diez a doce, lo que eleva el precio del transporte de una tonelada de mercancía entre estos lugares, a 200 francos en promedio, es decir, seis veces más que lo que se ha pagado por atravesar el océano […]
Era ahora, en efecto, cuando las dificultades y los peligros iban a comenzar, porque el sendero, convertido apenas en un estrecho por donde cabía una mula, estaba, además, bordeado, de un lado por la montaña tallada a pica y en partes desplomada, y del otro por un horroroso precipicio .de setecientos a ochocientos metros de profundidad. ¡Pero esto no era todavía nada!; lo que hacía la bajada particularmente peligrosa era la extremada rapidez de la pendiente, el gran número de codos y recodos bruscos del sendero, pero sobre todo la naturaleza del terreno que al estar constituido por una roca que el tiempo había terminado por pulir, no ofrecía ningún asidero sólido a los cascos de nuestras mulas, de tal modo que había veces que éstas no podían avanzar más que dejando deslizar las cuatro patas a la vez. También, cuando, completamente puesto boca arriba hacia atrás, al punto que mi espalda tocaba el anca de mi bestia, y las piernas nerviosamente rígidas sobre los estribos estirados hacia adelante, mi rostro se hundía en el vacío del abismo, me preguntaba si no iría pronto a describir por encima de mi mula, o con ella, alguna terrible parábola..
Hubo un momento en que creí que una caída era Inevitable. Después de una violenta sacudida, la correa que sujetaba mi silla se rompió bruscamente, de tal modo que no quedó asegurada más que por la cincha, ya de por sí floja, que vino a deslizarse bajo el efecto de mis pies, y me vi de golpe a horcajadas sobre el cuello de la bestia, con la siniestra muralla a un lado y con el abismo al otro ¿Qué hacer entonces? ¿Saltar a tierra? De ninguna manera; yo no habría encontrado donde poner el pie; y si permanecía en esta crítica postura habría corrido el riesgo de ir a romperme la cabeza en el abismo que parecía atraerme.
En breve, después de haber reflexionado por el tiempo de un relámpago, no vi mi vida más que en lo que en el cuartel se llama ‘la sexta rienda’: la cola; y echándome bien hacia la parte de atrás, la así, agarrándome con la energía del desespero; mientras soltaba completamente las bridas, confié mi suerte a la prudencia y la seguridad de los pies de mi mula. «¡No tenga miedo!», grita mi guía, que venía detrás de mi, tirando del cabestro la bestia que traía la carga. No respondí nada, temeroso de espantar o hacer dar un paso falso a mi mula, que no avanzaba más que con Infinitas precauciones, como calculando el peligro que yo corría, o sobre todo el que corríamos los dos.
Permanecí en esta crítica posición cinco o seis minutos que me parecieron horas, tanto más que me costaba trabajo conservar el equilibrio; al fin, después de una resbalada durante la cual la rama de un árbol que estaba atravesada en el camino me raspó la pierna y me rasguñó la cara, llegamos a una meseta donde la mula se detuvo súbitamente, como para Invitarme a bajar cuanto antes; entonces solté la cola de salvamento y me dejé caer a tierra, donde me sentí muy contento al hallarme intacto.
-Usted supo salirse con la suya-, me dijo lleno de alegría mi arriero, mientras yo me arreglaba un poco el vestido (Serret, Felix. Viaje a Colombia 1911-1912. Banco de La República, Bogotá,1994).
A pesar de las dificultades del camino fue una ruta preferida por los empresarios de la arriería de bueyes en Manizales: los hermanos Félix, Tiberio, Emiliano y Diego Estrada Botero; y contribuyó evidentemente al desarrollo de los mercados.
Aunque los tres caminos que comunicaban a Manizales con el río Magdalena convirtieron a esta población en la capital de la arriería de Colombia, hay otra historia que se creó a lo largo de estas rutas pues en las fondas y posadas, así como en los recodos de los caminos surgieron mitos, leyendas y espantos que enriquecen nuestro paisaje cultural cafetero. Pero seguramente el tenebroso camino de La Moravia es el más rico en sustos y gran generador de fortunas por la arriería de bueyes; un ejemplo lo ofrece las recuas de los hermanos Estrada Botero.
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