
Todo empieza con el nacimiento de la República. Simón Bolívar decía que a los niños pobres de ambos sexos los debían recoger en casas cómodas y aseadas, con piezas destinadas a talleres y dirigidos por buenos maestros. Aquí los varones debían aprender los tres oficios principales que eran albañilería, carpintería y herrería. La escuela de la República era alfabetizadora y popular; debía enseñar a leer, contar; comprendía cultura general y principios morales. Por eso Bolívar trajo de Londres al pedagogo José Lancaster quien enseñaba el método para que un solo maestro trabajara con varios grupos de estudiantes utilizando monitores o alumnos avanzados; había pocos maestros y era necesario alfabetizar la población.
En 1821, el Congreso de Cúcuta dictó una ley ordenando el establecimiento de escuelas en todas las aldeas y pueblos con más de 100 familias. Y que en las principales provincias se crearan escuelas normales para formar maestros con el sistema lancasteriano, llamado también de enseñanza mutua.
Otra ley de 1826 reglamentó el contenido de la enseñanza en las escuelas; había que enseñar religión, moral y urbanidad, a leer y escribir correctamente, más las bases de la aritmética, de gramática y de ortografía. Se nombraban juntas curadoras encargadas de la educación de los niños y estaban integradas por padres de familia y presididas por el jefe municipal. La tarea de las juntas era escoger a los maestros, e inspeccionar las escuelas. En la medida en que se popularizaron las escuelas de primeras letras fueron apareciendo los colegios que impartían educación técnica. Por ejemplo, en Antioquia, en 1864, se ordenó la apertura de una escuela de artes y oficios; como resultado los alumnos montaron talleres y fue la base para las pequeñas industrias. Desafortunadamente las guerras civiles que se desataron desde 1850 desorganizaron las escuelas y colegios; como consecuencia muchos maestros emigraron hacia el sur de Antioquia y se ubicaron en poblaciones más tranquilas como Aguadas, Pácora, Salamina y Aranzazu.
Había una gran escasez de educadores por eso en 1870 Manizales solo tenía dos escuelas urbanas, la de niños con 232 alumnos y la de niñas, 190; cada escuela tenía un solo profesor; o sea que un maestro se encargaba de 200 estudiantes repartidos en cinco salones, de 1° a 5°; en esa época había en Manizales 10 escuelas repartidos en las veredas. Cuando el niño empezaba a leer debía aprender de memoria el catecismo del padre Astete y la Historia Sagrada escrita por el Abad Claudio Fleuri. Era todo un sacrificio asistir a la escuela porque se practicaba aquello de “la letra con sangre entra y la labor con dolor”. Los castigos eran muy bárbaros para los niños de mala conducta; el profesor utilizaba la pretina de ramales, la férula o palmeta con huecos, la arrodillada sobre granos de maíz y con los brazos en cruz.
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