Las viejas casas campesinas

Una vez organizada la finca el campesino pensaba en la vivienda. El rancho de «vara en tierra» cumplía su cometido durante los primeros años de colonización, luego, cuando había prosperidad, los esfuerzos se orientaban a la vivienda porque «la finca daba casa» y «la casita’ debía estar de acuerdo con el entorno.

Lo ideal era construir la casa frente a un llanito de media cuadra y cuando esto no era posible, por las dificultades del terreno, se hacía el banqueo para aplanar la parte correspondiente a la edificación. Se construía de bahareque o de tapias, techada con teja española puesta sobre cañabrava; el piso era de tierra o de madera. El corredor se cerraba con barandilla de macanas y pasamanos de madera. De las vigas colgaban las matas de adorno y en el techo las mazorcas de maíz encapachado (trojes).

En el corredor había una tarima, una silla de brazos y varios taburetes haciendo las veces de sala. Cuando la casa era lo suficientemente grande como para destinar una pieza para sala se ubicaba, en un rincón, el altar 

Que es una mesita con una carpeta, sobre la cual están los santos de devoción, imagencitas de bulto, cuadros adornados con florecitas de papel y con papelitos de estaño de colores vivos. En el altarcito están las velas, una a cada lado, y recostados contra la pared o colgados de ella, muchos cuadros de santos sin que falten la Virgen del Carmen -la gran devoción del pueblo antioqueño- y las Benditas Ánimas del Purgatorio. También están los retratos de los hijos que se han ido ya a colonizar el Quindío, el Valle, ‘a buscar la vida y con quien casarse’.

En las alcobas estaban las camas, hechas de guadua y con las cuatro patas clavadas en el piso. Los colchones eran esteras de guasca de plátano, tendidas con colchas de retazos. Debajo de la cama estaba la bacinilla generalmente de higuerón («beque de palo»). De la pared colgaban los cuadros de la Muerte del Justo y del Pecador y un Cristo. No faltaba el perchero para colgar la ropa. En un rincón estaba el arcón de madera forrado en cuero y el baúl forrado en lata. Colgando de una viga permanecía un cajón que era la cuna del niño.

La cocina era el mejor sitio. En un rincón junto a la ventana estaba el fogón armado de barro con ceniza y con varios huecos para poner las ollas y al frente la boca, destapada, para meter la leña, donde se ponía la parrilla para asar las arepas sobre las brasas. De la pared colgaban parrillas y ollas, el tarro de guadua con miel de caña, la olleta con su molinillo para batir el cacao, totumas, calabazos, cuyabras y el cuchillo cocinero. En el piso había varios canastos con maíz, fríjol y yuca; en un rincón un racimo de plátanos maduros y otro de verdes.

De varios garabatos penden trozos de carne salada. En un rincón encontramos la piedra de moler con su mano y al lado la callana, algunos estropajos y ceniza para lavar. Recostada a la pared está la batea. De un clavo cuelga contra la pared el locero de alambre para colgar los pocos platos y pocillos que hay, pues muchos prefieren la totuma en vez de plato y de pocillo. Cerca de la piedra de moler está el plato de palo con media libra de panela y la lezna con agarradera de cacho para partir el dulce. El raspador de las arepas es una caja de sardinas llena de agujeros hechos con un clavo. No puede faltar la olleta o chocolatera de cobre o de barro con su molinillo de madera. Y es corriente encontrar la paila de cobre para hacer la natilla, el arequipe y otros manjares por el estilo. Junto a ella, su mecedor de madera.

La familia comía en la cocina y los peones en el corredor. Pero era la cocina el lugar más agradable. En largas bancas se sentaban a comer y había espacio para toda la familia. También era la cocina el sitio de la vida social donde se contaban cuentos, experiencias y se rezaba el rosario.

En el corredor junto a la cocina colgaba la jaula con el sinsonte o el turpial y por allí cerca, sostenida sobre dos horquetas, una olla vieja donde se depositaba la ceniza del fogón, cuando se necesitaba lejía se le echaba agua y se ponía una vasija debajo; luego se elaboraba el jabón de tierra.

Junto a la cocina, pero al aire, libre estaba la poceta. Hasta aquí llegaba el agua por canoas de guadua. Aquí se lavaban los trastos, se lavaba la ropa en la piedra de lavar y se aseaban los miembros de la familia y los peones. Junto a la cocina estaba el pilón de madera, con sus dos manos también de madera, para pilar el maíz.

En un cuarto grande y sin ventanas guardaban los aparejos y las herramientas. De clavos de madera colgaban sillas de montar, galápagos, enjalmas, angarillas, jáquimas, perreros, sogas, lazos, espuelas, zamarros, peines de cacho, para peinar las bestias y zamarros de cusumbo, para andar a pie por entre la maleza. En los rincones y en el suelo ponían las herramientas de trabajo: hachas, güinches, calabozos, machetes, palas y demás.

Un poquito retirado de la casa, junto a la huerta, estaba el inodoro que era un cuarto pequeño levantado sobre un caño de agua corriente. Aquí hacían las necesidades fisiológicas. A su lado estaba el gallinero, el cual se organizaba aprovechando un árbol para que durmieran las gallinas, a salvo de chuchas y comadrejas.

Tomado de: El testamento del paisa. Agustín Jaramillo, Susaeta ediciones, Medellín)

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