Mujeres famosas pero olvidadas

Fabricación de aguardiente (Tomada de América Pintoresca)

Se hace un ligero recorrido por la vida de varias mujeres que lograron sobresalir, a pesar de la sociedad machista que surgió durante las colonizaciones o migraciones de campesinos pobres, al territorio donde se formó el departamento de Caldas. Primero algo de contexto.

Desde el nacimiento las mujeres eran peor acogidas que los hombres. Era normal que el padre recibiera la noticia del nacimiento de su hija con esta exclamación: ¡Tan Linda! ¡Si hubiera sido un hombre! Este prejuicio hacia las hijas se debía a la «carga» que representaba la mujer para la familia, pues se decía: «La mujer nace para casada»; además, había que «levantarla» apartándola de toda «tentación perniciosa», debido a las viejas ideas que se tenían sobre la naturaleza femenina, lo que explica la ignorancia en que se la mantenía respecto a la vida sexual.

Hay que tener en cuenta algunos aspectos culturales que parten de la religión: La mujer que padece la inconformidad ordinaria del mes, estará separada por siete días. Cualquiera que la tocare quedará inmundo hasta la tarde. Aquello sobre que durmiere o se sentare en los días de su separación, quedará inmundo (Levítico 15: 19-21. Biblia Torres Amat). En consecuencia, cuando la mujeres (madre o hija) estaba en su período, se dedicaba a lavar ropa en la quebrada, lo que aprovechaba para limpiarse y “purificarse”; otras actividades que podía realizar era desgranar maíz o fríjol y bordar.

Desde pequeñas les imponían tareas domésticas dirigidas a su formación para la vida, o sea para el matrimonio. La finca era una escuela y aprendían al lado de la madre y de la abuela. Sabían que casarse significaba administrar una casa en el campo donde además del esposo y los hijos había numerosos peones para alimentar.

Por esta razón era común ver al futuro esposo llevarle a la novia de 13 años un almud de maíz para que hiciera arepas. La novia debía lucirse: las arepas quedaban bien asadas, doradas, con la masa suelta o desprendida de la cáscara, ideal para comer con leche o para acompañar un plato de sancocho. A los ocho días llegaba el novio con otro almud de maíz para mazamorra. La novia lo deslumbraba: pilaba el maíz hasta que el afrecho quedara bien molido como polvo y luego lo ponía a cocinar.

A la semana siguiente se aparecía con carne de res para sancocho y observaba todo el proceso. El sancocho se elaboraba de la siguiente manera: La carne, conservada al humo para que no se dañara, se echaba a la olla a las seis de la mañana. Hacia las diez de la mañana, el plátano verde se partía con la mano en trozos grandes y se agregaba al caldo junto con el bolo y el repollo; una hora después se echaba la yuca y a la media hora las papas. Se revolvía de vez en cuando y se dejaba cocinar hasta que quedara espeso.

Después de estas difíciles pruebas la niña estaba lista para casarse y aportaba al matrimonio -además de su capacidad para administrar el hogar- el ajuar o la ropa blanca, bordada durante años, bajo la dirección de la madre y de la abuela.

¿Cómo se seleccionaba la esposa? Según el dicho popular, «las esposas como las terneras se escogen por la madre». La virtud más que la belleza física y la garantía de una abundante descendencia eran los objetivos principales. La sumisión y la obediencia a sus padres significaban que la futura esposa respetaría el hogar y acataría y estimaría al esposo. Debía saber cocinar, bordar, tejer y administrar la casa; la niña aprendía su papel de mujer al lado de la madre, y se preparaba para el matrimonio. Todas esas virtudes eran observadas cuidadosamente tanto por el futuro esposo como por la familia de éste. Se debía parecer a su madre pues decían: «De tal palo tal astilla»; y para no cometer errores se tenía en cuenta el dicho: «Antes que te cases, mira lo que haces».

¿Qué esperaba el marido de la esposa? La decencia en el vestir y en el cuerpo, en los gestos, en la palabra, y en el comportamiento; debía ser una sumisa colaboradora, fiel al esposo y tutela de la familia.

La noche de bodas ponía fin a los sueños y temores de la joven soltera. La preparación para la vida sexual la realizaba la madre, la abuela o el sacerdote, pero en general era deficiente; la regla de oro que debía observar la angustiada esposa era: «dejar hacer al esposo lo que quiera». Si alguna falla en este campo atentaba contra la institución del matrimonio, venía en apoyo el sacramento de la penitencia que contribuía a salvaguardar la moral familiar, prevenía los adulterios y conservaba la unidad de la pareja.

De este modo se imponía la imagen de la mujer virtuosa en el seno de la sociedad y la consigna de la maternidad aparecía reforzando la moral y como objetivo central del matrimonio. El ideal femenino era el matrimonio y tener hijos, en caso contrario conservarse virgen en el hogar o en el convento.

Sobre este aspecto escribió Samuel Velásquez en su novela Madre el siguiente diálogo entre la mamá y la hija: «Cuando tu padre murió, estando tu muy chiquita, me dijo, antecitos de cerrar los ojos: Usté sabrá, querida, qué hace con Inés: si no se casa, devuélvasela a Dios como Él se la entregó» (Velásquez, pág. 48). Pero la mujer sola era atrapada por el espectro de la solterona, por ello el dicho popular rezaba: «Es mejor un mal casamiento que una soledad serena».

Debido a las necesidades del proceso de colonización casi no había mujeres sin maridos. La viuda guardaba luto durante un año al cabo del cual se podía volver a casar, y no le faltaban pretendientes, sobre todo si tenía hijos, pues con esta familia el jefe del hogar podía colonizar un pedazo del bosque o administrar una finca en calidad de agregado.

La guía de la mujer era la imagen de la Virgen María que influía en su fortaleza espiritual y moral. Este culto mariano sirvió para relegar a las mujeres al hogar donde permanecían aisladas de la vida pública.(Los invito a escuchar la grabación para completar la información sobre Mujeres famosas pero olvidadas)

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