
A principios del siglo pasado todos los maestros de aldeas y pueblos del departamento leían las obras de autores costumbristas, que son testimoniales. Por ejemplo, el antioqueño Tomás Carrasquilla en sus novelas vuelve los ojos y los oídos al mundo y al habla popular. Visita los mercados, escucha las conversaciones de los cafés, las historias de arrieros, o los cuenteros populares y así va construyendo su mundo, recogiendo la vida cotidiana; como ejemplo están los libros que se volvieron muy populares como La Marquesa de Yolombó, Frutos de mi Tierra y A la diestra de Dios Padre; este último era un cuento muy conocido por esa mezcla de picaresca castellana, exageración paisa, mito y leyenda. Otro autor es el caldense Rafael Arango Villegas, con su novela Asistencia y Camas y ensayos bien logrados como Sal de Inglaterra, sobre la personalidad del pueblo; escribió centenares de relatos, en periódicos y la gente se los apropió porque son artículos bien escritos, reflejo de la vida cotidiana; por ejemplo se tocan temas apasionantes como Bobadas mías, Pago a Todos, Astillas del Corazón, Filosofías Baratas, Los Primeros Calzoncillos, La Cría de Gallinas, Aguacate con Arepa y La Indignación de los Gurres. Pero también estaban las obras de los escritores de cuentos; eran muy populares Jesús del Corral y su cuento Que pase el Aserrador: Alfonso Castro, en Un Sansón Montañés; Julio Posada, en El Machete; Efe Gómez con Un Zaratustra Maicero y José Ignacio Villegas en Colonizadores de Caldas. Además, la tradición popular impuso las narraciones de dos personajes: Pedro Rimales y Cosica.
La lectura de prosistas amenos logró que los estudiantes se preocuparan por la aldea y que amaran el terruño y la tradición cultural. En esa época hicieron carrera, además, los relatos populares; muchos de ellos fueron recogidos por escritores y publicados en obras tan reconocidas como Testamento del Paisa y De Todo el máiz. Al respecto escribió Agustín Jaramillo Londoño (1986), en su Testamento del Paisa, que
Todo el material de este volumen es de primera mano, recogido directamente de viejos analfabetos que a su vez lo aprendieron cuando niños, de otros viejos memoriosos y así hasta donde nadie sabe. Uno de los personajes más famosos de nuestros cuentos es Pedro Rimales, conocido en casi todos los países de América, en cuál más, en cuál menos, pero en ninguno tanto como en Antioquia, en donde los viejos cuentan completas sus aventuras, tal y como aparecen en el libro.
Van desapareciendo y quedando sin reemplazo los viejos contadores de cuentos que dejaban a chicos y grandes embelesados hasta el amanecer por cuantas noches quisieran, mientas ellos saboreaban un cuento de cinco, diez o dieciséis noches, sin esperar más paga que unos cuantos aguardienticos, tabacos y a veces, cuando mucho, la comida. Las sesiones son largas. Los niños no pierden detalle y están quietos procurando pasar inadvertidos para que no se les mande a dormir antes de que termine el cuento. (p. 6)
Entre los personajes apropiados por la memoria cultural hay que mencionar a Pedro Rimales; corresponde al folclor español del siglo de oro, producto de la tradición oral y literaria. Era Pedro de Urdemalas o de Urdimalas y en Colombia Pedro Rimales; un tipo hábil, ingenioso, gracioso, chistoso y ocurrente. Veamos algunos cuentos del folclor antioqueño (Jaramillo-Londoño, 1986).
Iba Pedro Rimales recorriendo, cuando lo acosó una necesidá de las grandes. Muy tranquilo se fue ensuciando en medio del camino y de ai se quitó del cuello el pañuelo rabuegallo y tapó con él lo que había hecho. Después se quitó el sombrero, lo puso encima con harta mañita, y se sentó al pie a esperar […]
A nada pasó un hombre en un caballo muy bonito y Pedro Rimales le dijo:
– Oiga, mi don: hágame el bien y me presta el caballo un momentico yo voy a traer una jaula. Acabo de coger aquí el pajarito más lindo del mundo: el pajarito de los siete colores. Vea: bájese y ponga la mano aquí, encima del sombrero, no vaya que se vuele.
El hombre le prestó el caballo y Pedro Rimales se montó. Pero antes de irse le encargó otra vez:
– Allá se lo hayga, pues; no me demoro. No me lo vaya a dejar volar […] ¡Cuidao!
– Váyase tranquilo, señor.
Pedro Rimales le pegó un fuetazo al caballo y salió despedido. Y el otro ai, en cuclillas, esperando.
Pasó mucho rato y él ai […] hasta que le fue dando una dudita: Ej ¿ese sería que se robó el caballo? ¿Demorase tanto? Ej ¿qué será que no aparece […]? Yo siempre voy a ver ese pajarito de los siete colores…
Y al mismo fue levantando el ala del sombrero con mañita, con mañita, hasta que tocó el pañuelo; metió la mano por debajo… y apenas rozó lo que había lo agarró duro y apretó: así que se dio cuenta de que se había vuelto miseria sacudió la mano duro: ¡guape! Y se dio contra el canto de una piedra ¡Fue tanto el dolor que, sin pensarlo, se llevó los dedos a la boca a chupáselos!
Ai quedó, varao en medio camino, limpiándose la mano en la gramita de l’orilla, escupiendo seguido y diciendo:
– ¡Ve aquel hombre, carajo, cómo no solo me robó el caballo sinó que me dejó aquí comiendo mierda!
Les agradezco tan buena reseña.Tengo 70 y mamá me los contaba cuando tenia 5. Igualmente los de Juan Zonzo, el Pájaro de los 7 Colores y el Torito de los Cuernos de Plata.
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Que recuerdos! tengo 77 años y mi padre nos los contaba cuando eramos chicos.
No tenía idea de quién era Pedro Rimales y Cosiaca.
Gracias por este refresco a la memoria
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