
A principios del siglo XIX cuando los campesinos levantaron las aldeas de Aguadas, Pácora y Salamina, tumbaron pedazos de selva y organizaron sus parcelas para cultivar productos de subsistencia, se fueron formando los futuros peones de las nuevas haciendas. La finca familiar se convirtió en el semillero de jornaleros agrícolas.
En el ambiente de la parcela los niños desempeñaban tareas que se convertían en diversión y entretenimiento, como garitear o llevar la comida a los mayores, recoger leña, espantar las ardillas y los pájaros que se comían el chócolo de la roza, traer agua y alimentar gallinas y cerdos. Pero por la observación se familiarizaron con los oficios de los adultos; por ejemplo, la destreza para derribar un árbol, rajar leña, sembrar maíz, fríjol y plátano, de modo que cuando llegaban a la mayoría de edad se podían convertir en peones.
En ese momento, cuando el joven lograba acumular esta enorme experiencia, ya estaba listo para “alargar pantalón” y podía “graduarse de hombre”, lo que generalmente ocurría después de los veinte años. Este hecho tenía gran importancia. El joven compraba un sombrero de caña o aguadeño, pañuelo raboegallo, camisa, pantalones de dril claro, o de manta, quimbas, abarcas o alpargatas, peinilla, carriel y ruana. Después iba con el padre, con el tío o con algún amigo a la zona de tolerancia del pueblo en donde, además de practicar la primera relación sexual, podía tomar aguardiente.
Alargar pantalón significaba que podía irse de casa. El padre no daba dinero a los hijos por su trabajo, sólo alguna ropa de vez en cuando; el trabajo de los hijos se convertía en ahorro que ayudaba a hacer la finca. Los hijos abandonaban el hogar para buscar un empleo y construir el futuro.
Hacia 1860 había muchos empresarios montando haciendas de ganado, tabaco, caña de azúcar y café y, por lo tanto, estaban interesados en contratar a estos jóvenes peones, conocedores del oficio, graduados en el arte, y que se le medían a todas las actividades. Para esta época Aguadas, Pácora y Salamina, se habían convertido en las poblaciones donde se formaban los mejores trabajadores especializados en manejar el hacha y tumbar los enormes árboles madrinos; de estas localidades salían los mejores trabajadores, buscando fortuna. Recorrían las aldeas y pueblos donde se estaban formando fincas y haciendas (desde Neira, hasta el Quindío), se ofrecían como peones y al cabo de un año tenían dinero suficiente para pensar en conseguir novia, comprar el ajuar y casarse.
Llegaban precedidos de buena fama: aventureros, buenos trabajadores, mujeriegos e inteligentes. En este ambiente la cultura popular creó el mito de El Putas de Aguadas.