
Entre la inmensa cantidad de mitos que tomaron fuerza en Antioquia, Caldas, Tolima, Quindío, Risaralda, Valle del Cauca y otras partes de Colombia, se destacan los mitos fantásticos, porque corresponden a la fantasía popular que les ha dado cuerpo, y aunque son espantos producto de la imaginación y del miedo se les da la categoría de mitos, debido a la tradición popular.
En los pueblos de arriería de mulas y bueyes se destacó El Gritón, un espanto que acompañaba las recuas cuando las cogía la tarde para llegar a la posada y que asustaba a los arrieros que se despistaban en su oficio. El Gritón repite los insultos y palabrotas que se escuchan en las recuas de más de 20 animales, deja oír su grito en las fondas abandonadas, en los caminos solitarios, en las cimas de las colinas y en los senderos encañonados; dicen que es el alma del último arriero que está vagando por los caminos que se quedaron sin recuas. Su época de gloria fue después de 1870 cuando se impuso la moda de las grandes caravanas por los caminos de Antioquia, llevando mercancías hacia los puertos. De vez en cuando se cambiaba la monotonía del sonido de la mula campanera por el grito terrible de un fantasma que retumbaba desde el camino que serpenteaba a la orilla del río y que llegaba hasta la cima de la montaña. A los arrieros se les helaba la sangre y la mulada aceleraba el paso para llegar temprano a la posada; los arrieros guardaban silencio y se protegían en medio de los animales. Dicen que El Gritón también se había apoderado, hacia 1910, de un tramo largo del camino de La Moravia y que se paseaba como Pedro por su casa entre las fondas de Guacaica, Quebradanegra, Los Sauces y San Pablo. Sobre este mito escribió Arturo Escobar Uribe en su libro Mitos de Antioquia que
La figura y pergeño del Gritón nadie la conoce; quienes más alcanzaron a ver de él, solo recuerdan una sombra que se perdía furtivamente entre los matorrales y recodos, quedando hasta hoy en el misterio los delineamientos individuales de ese vestigio. La ficción acicateaba el miedo de quienes fueron asustados por ese endriago. Como ejemplo está lo que relataba don Francisco Escobar, alias Pacho Cuncho, arriero que fue del suroeste de Antioquia, cuando en una jornada de regreso de Piedecuesta hacia Andes lo cogió la noche en las ‘Vueltas de las Marías’, en el antiguo camino de Bolombolo y antes de llegar a la posada de El Laurel, le ocurrió lo siguiente: Veníamos yo y Heliodoro Calle con otras mulas cargadas de telas pa’ don Pitacio González, cuando pegando las vueltas de Las Marías, sentimos que adelante iba otro arriero con una mulada muy grande a según la algarabía que iba haciendo. Yo le dije a Heliodoro: Ahora sí nos jodimos, hombre, no vamos a topar posada ni comida en El Laurel, porque ahí va otro arriero con cargas. Helidoro no me contestó nada, sino que procuró alcanzar al que iba adelante; pero como la noche estaba tan oscura, nada pudo divisar y me dijo: Hombre Pacho yo no vide ni oí puay nada, ¿no sería que te pareció? Asina sería, le contesté, y seguimos. Como estábamos cerca se veía el resplandor del fogón de la cocina. Gracias a Dios que ya llegamos […] pero ¿Quién sería el que iba adelante? No había acabado de decir esto cuando sentimos quel arriero venía detrás, renegando como un condenao. Yo le pegué el grito preguntándole qué se le ocurría y aunque parecía cerca, nada me contestó. Yo y Heliodoro nos miramos y a yo que ya sabía de todos los pajudeos que contaban del tal Gritón en esas vueltas, me empezaron unas escaramuzas a recorrerme de la retranca hasta la cruz. Acosamos las mulas y llegamos; nadie estaba posando allá. Descargamos y mientras Heliodoro acomodaba las cargas yo me fui a darles de beber a las mulas y a echarlas para el potrero; encendí el farol y cogí “la capitana” del cabestro. Les di de beber y cuando estaba cerrando la puerta de golpe de la manga, sentí otra vez la gritería del arriero, llegando donde yo; levanté el farol para mirarlo pero no pude ver a nadie y entonces salí soplao para la casa; sentía que me jarretiaban y me resoplaban grueso en las paletas. Cuando llegué al corredor me resbalé en una condenada cáscara de plátano y fui a caer de punta en media sala como magnetizado. Yo no volví a saber nada de yo porque perdí la mente con el susto. Al otro día me dijeron que El Gritón estaba jodiendo mucho por esos lados.
Hay otro mito conocido con el nombre de El Bracamonte, muy famoso en las regiones ganaderas de la Costa Atlántica y de Antioquia; mucha gente lo escucha cuando amanecen ateridos de frío, temblorosos de miedo y transidos de susto. El Bracamonte, incógnito y misterioso. Ningún ojo humano le ha visto, porque nunca sale de sus espesuras; mas desde ellos hace sus estragos; sus bramidos y baladros son tan pavorosos que, en oyéndolos, se echan a temblar los ganados y perecen, entre horribles convulsiones. De cuanta peste sobrevenga en hatos y en corrales tiene la culpa El Bracamonte ¿Qué contra puede tener este malvado?
Sigue La Madremonte o Madreselva; Tomás Carrasquilla dice que es “Musgosa y putrefacta, que, al bañarse en las cabeceras de los ríos, envenena sus aguas y ocasiona calenturas y tuntún, llagas y carate, ronchas y enconos. Tampoco tiene contra la maldita”. Arturo Escobar Uribe dice que tiene dos personalidades
En la primera es una deidad musgosa y putrefacta, pero como Madreselva es la figura de una mujer hermosa de larga cabellera echada hacia adelante; pero en ambos casos es genuinamente montaraz, vive en la espesura de las selvas y es amante del pastoreo.
La gente dice que su voz es un chillido penetrante, agudo, que se oye después de la media noche. Cuida los bosques y se convierte en su guardián, vive en los nacimientos de los riachuelos y cerca de grandes piedras. Cuida la pureza de las mujeres vírgenes y se dice que persigue inclemente y vengativa a los burladores de honras y ¡guay! De aquellos donjuanes que se atrevan a cruzar un monte en persecución de su presa o a ponerles citas en tal lugar. Mas si el burlador luego de cumplida su hazaña tiene que cruzar un monte, una cafetera o un rastrojo, para regresar a su base, a buen seguro que yerra el camino y en la primera hondonada o al cruzar un arroyo o empinar una cuesta, ahí está la Madreselva convertida en tupida zarza de uñegato para atajarle el paso, apagarle el farol y arañarle la cara.