La terrible viruela

José Celestino Mutis

Esta fue una de las enfermedades que más contribuyó a diezmar la población aborigen, como consecuencia de la invasión del territorio en el siglo XV. De un momento a otro los pueblos aborígenes empezaron a morir en grandes cantidades. Los chamanes no encontraron curas para este mal. Los caciques hicieron cuentas y comprobaron que después del primer contacto con el extranjero invasor, había muerto la mitad de la población. Las causas hay que buscarlas en las enfermedades que llegaron con los extranjeros, las bacterias y los virus desconocidos para los indígenas. La viruela fue la primera en aparecer, los aborígenes morían como moscas. Sus organismos no tenían defensas para esta enfermedad. Esto, por supuesto, pasaba en todo el territorio de la Nueva Granada. Hacia el año 1500 había entre tres y cinco millones de aborígenes y 100 años después solo quedaban seiscientos mil. Veamos algunos textos de los cronistas que se refieren a esta peste.

El conquistador español Juan de Penagos envió una carta al Rey en 1559 explicándole que esta peste es un acto de Dios y que han muerto unos 40 mil indígenas. Hay una crónica muy ilustrativa de Fray Pedro imón quien describe la viruela de 1588 y menciona también una epidemia muy grave de sarampión en 1617. Su relato es el siguiente: “Fue este año de 1588 uno de los más desgraciados de los que tienen noticias los indígenas de esta tierra y también los españoles lo consideran así, por una enfermedad de viruelas que se extendió por todas las provincias; comenzó en la ciudad de Mariquita, por una negra que entró infectada de esta enfermedad; la trajo de Guinea, pero no se dieron cuenta que estaba enferma y la dejaron entrar. Se infectó todo el Nuevo Reino y siguió por la costa al Perú y a Chile y por el norte hasta Caracas y morían los indios y hasta españoles, así se acabaron hasta la tercera parte de la gente; en el Nuevo Reino solo se libró la ciudad de Pamplona porque el corregidor de Tunja que estaba en esa ciudad puso mucho cuidado que no entrara nadie de afuera. Fue tan grande la mortandad de este contagio pestilente que no daban abasto los sacerdotes, clérigos y de todas las órdenes religiosas; en una sola fosa metían 100 y hasta 200 cuerpos y los infieles pedían el santo bautismo, buscando la vida eterna. Era tanta la gente moribunda que un labrador ignorante que se hallaba cerca de algunos pueblos de indios viendo la falta que había de ministros se puso a bautizar por su mano a los infieles que pedían el Santo Sacramento del Bautismo; pero era tanta su ignorancia que decía echándoles agua: Yo te bautizo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

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