
Escribió el viajero francés Eduardo André, reconocido botánico, que mientras se deleitaba observando la enmarañada espesura de la selva vio encantadores pájaros mosca o colibríes que cruzan los aires lanzando su diminuto chillido, y descubrió uno que se posó en una rama donde tenía su nido y anotó que “me acerqué con cautela y al apoyarme en el tronco de la higuera para cogerlo, una monstruosa araña (Mygale avicularia), se precipitó sobre él agarrándole por el cuello. En un abrir y cerrar de ojos me lancé sobre el repugnante bicho, que abandonó su presa para saltarme a la cara y picarme al lado izquierdo del cuello. Con todo conseguí cogerla y matarla; y a pesar de aplicarme instantáneamente un poco de agua fenicada en la picadura, se me formó un tumor, cuya cicatriz conservaré toda la vida”.
Cuando llegaron los europeos al Nuevo Mundo se asombraron por la cantidad de insectos, parásitos y animales raros que había en la selva. Algunos cronistas, como el misionero franciscano Fray Juan de Santa Gertrudis, plasma su asombro en el libro “Maravillas de la Naturaleza”, escrito hacia 1775. Llama la atención la forma de narrar, con muchas exageraciones y entusiasmo:
La arañita coya: Coya llaman allá a una arañita, poco más grande que un grano de pimienta, ella colorada. Tan fácil de reventar, que si le echan un soplo recio, se reventó. Si se revienta en las palmas de las manos o en las plantas de los pies, no hace daño alguno; pero si se reventó en cualquier otra parte del cuerpo, es veneno mortal tan activo, que dentro de 24 horas muere el envenenado. Dos contras tiene este veneno, que le quitan la virtud; pero no sé que me escogiera más, morir o tomar la contra para vivir. La una es tomar al envenenado y atarlo a una palanca larga, y chamuscarlo a la candela bien, que propiamente es un martirio de fuego. La otra es desleír en un pilche con agua bastante excremento humano fresco, y que se lo beba. Estas coyas se crían en las boñigas de las reses. Boñiga llaman aquellas tortas que por detrás echan las reses. Pero aunque se crían allí, su ordinario vivir es entre las piedrecitas de la margen de los ríos o quebradas.
La nigua: Nigua llaman allá una especie de pulguitas como una liendrecita muy chica. Ella nace blanca, pero a las 24 horas ya mudó en color negro. Ellas su ordinario es: entrarse en las plantas de los pies, bajo las coyunturas de los dedos más, y por bajo de las uñas. Muy rara vez entran en otra parte del cuerpo. Al entrar no se sienten, hasta que a 3 o 4 días que están adentro, y dan una comezón desesperada. Y como es preciso sacarlas con la punta de una aguja, y ellas están pegadas ya a la carne viva, da bastante dolor la aguja hurgando adentro.
Más al llegar ella a tener 8 días, ya tiene semilla, y es peor, porque es preciso sacarla entera, y como es fácil de reventar, es menester que quien la saca sea práctico; si no aunque la sabe ya reventada, como la semilla es tan chica, queda alguna liendrecita, y poco a poco va creciendo, y cuando uno hace la cuenta que la comezón es de la postilla que quedó del picotazo, se cría una nigua tamaña, y le infecciona todos los pies de niguas. A mí haciendo esta misma cuenta, me han sacado nigua tamaña como un garbanzo. Todo el Perú de aquí para arriba está infecto de esta plaga; y a no tener cuidado de hacerlas sacar presto, mayormente quien tiene mala carnadura, se ampollan las sacaduras, y hay ejemplar de por ello haber sido preciso cortar algún dedo. Las que más enfadan son las que se entran bajo las uñas, que en metiéndose un poco adentro, para haberlas de sacar es menester ver estrellas en medio del día.
El perico ligero: Es el animal más torpe de cuantos crio Dios. Para levantar una mano y adelantar un paso, rezando muy despacio Pater Noster, Ave María y Credo, aún no lo ha dado. Lo llevamos, y donde fuimos a ranchar a la noche lo pusimos a que se asiera de una rama de un árbol de cacao; él se agarró con la una mano, y así se quedó colgado, y por la mañana asimismo lo hallamos, que todavía no había agarrado siquiera con la otra mano, hasta que lo hurgamos, y para encaramarse en la rama se pasó más de media hora. Y lo llaman perico ligero. Por ironía de su torpeza será.
Los mosquitos: Hay otros mosquitos que son negros y los llaman rodadores. Estos no van sino a los ojos, y se entran. Esta es malísima plaga, porque abundan mucho, y el tiempo que usted se refriega el ojo con la mano para sacarlo del ojo, ya en el otro le entra un par de ellos. Estos sólo andan de día, y así es preciso al saltar al monte o a la playa estar siempre venteándose con el pañuelo; y sin embargo le caerá un par de docenas.
Otros hay que llaman jejenes, tan chicos, que usted lo siente que le pica en la mano, lo mira y no lo ve hasta que le saca su gota de sangre. Se parecen a los que crían en el vino, pero son muy más chicos, y éstos donde pican dejan una comezón terrible, y si se rasca levantan una roncha terrible.