La alimentación, el baño y los parásitos

Estas familias colonizadoras, hace unos 150 años,  no eran muy amigas del baño; las mujeres se bañaban obligatoriamente cada mes y los hombres eran más descuidados con el aseo de todo el cuerpo; por la tarde, al terminar el trabajo se lavaban muy bien la cara, las manos y los pies; esa era la costumbre. Cuando los conquistadores europeos llegaron a esta tierra se asombraron porque los indígenas se bañaban todos los días; la situación en Europa era diferente. Durante la dominación romana la costumbre era bañarse después del mediodía y para ello existían baños públicos; pero esta situación cambió, posiblemente para no parecerse a los odiados judíos y árabes, que practicaban admirables costumbres sanitarias.

Durante el mestizaje se copió este modelo de aseo que trajo el español y por esta razón los colonizadores no querían saber nada del baño diario, ni del baño semanal. Sobre el tema decían que “la cáscara guarda el palo”. Sin embargo las mujeres jóvenes aprovechaban cuando iban a la quebrada a lavar ropa, se ponían una especie de enagua blanca (chingue),  se bañaban el cuerpo con agua chorreada y se lavaban bien el cabello con jabón de la tierra, que dejaba el pelo brillante y suave. Este jabón que era tan común, y todavía existe, lo preparaban los mismos campesinos del siguiente modo: en una sartén caliente se derrite gordana para sacarle la grasa, luego se toma un canasto se le pone helecho en el fondo y en las paredes, después se llena de ceniza del fogón de leña y se le vierte agua; debajo del canasto se sitúa un recipiente para que reciba el agua filtrada o lejía, ésta se mezcla con la grasa, se cocina y se forman las bolas de jabón.

Cada mes toda la familia, grandes y chicos, organizaban un paseo de día entero, un domingo, iban a la quebrada para pescar y bañarse todo el cuerpo, con jabón. Llevaban fiambre consistente en sancocho o sudado. Estos eventos unían la familia y cambiaba la cotidianidad, pues la sacaba de la rutina. 

Hay que mencionar los parásitos tan comunes en esa época. Era muy conocida la caranga, una especie de chinche que se escondía entre las costuras de los vestidos; proliferaba cuando permanecían mucho tiempo con la misma ropa, sin lavarla. Nuestros campesinos solo tenían tres mudas de ropa: dos de uso diario y el vestido dominguero o para ocasiones especiales. Como dormían con la ropa que se usaba durante el día y permanecían toda la semana con el mismo vestido, la caranga aprovechaba que el paciente estaba dormido para chuparle sangre. Era un parásito despreciable, por eso cuando se quería insultar a alguien porque se creía de “mejor familia”, le lanzaban el siguiente insulto: “Parece caranga resucitada”.

Otro parásito bastante común era el piojo, que vivía en el cuero cabelludo. A la hora de la siesta, después del almuerzo, la mamá y la abuela se dedicaban a sacarle los piojos a los niños. Piojo que cogían lo entripaban entre las uñas de los pulgares. El parásito se propagaba porque los muchachos dormían en la misma cama y usaban el mismo peine. 

El más famoso era la nigua, abundante en los sótanos y subterráneos de las casas campesinas y en los colchones de paja y esteras de guasca de plátano de las camas. Cuando los trabajadores llegaban a las haciendas y se alojaban en los cuarteles, se encontraban con los piojos, niguas y carangas, que ya habían colonizado el lugar. Las niguas pasaban directamente de la estera a las uñas de los pies. Dicen los que saben que no hay placer más agradable que la picazón producida por la nigua, cuando está escarbando para poner huevos; pero sobre todo rascarse es sumamente placentero. Cuando el peón estaba atrapado por semejante plaga las sacaba del siguiente modo: a las cinco de la tarde al llegar del trabajo metía los pies en una ponchera con agua tibia y los dejaba allí un buen rato, después tomaba un cuchillo caliente y se raspaba el talón o el jarrete, para que cayeran las niguas; luego con una aguja sacaba las niguas que estaban entre los dedos y las uñas de los pies. Es fácil distinguirlas porque penetran la piel del hospedero dejando afuera solamente el extremo posterior del abdomen, el rabo, que se dilata mucho y alcanza el tamaño de una arveja pequeña por el desarrollo de los huevos, hasta que estalla, y los expulsa hacia el exterior.

Por esta razón el niguatero tiene que sacar la nigua completa, con una aguja, con paciencia y sin afanes. Para evitar la inflamación le echaban a la pequeña herida un poco de aguardiente, alcohol, específico (veterina) o yodo. Cuando la lesión era muy grande los peones caminaban medio cojos y por eso los llamaban patojos o niguateros.

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