
A propósito de la crisis del libro de papel y de las bibliotecas, voy a hablar un poco sobre las lecturas de los habitantes del territorio donde surgió el departamento de Caldas a lo largo del siglo XIX y hasta mediados del siglo pasado.
Esto empieza con los campesinos pobres que llegaron de Antioquia desde el año 1800 y se internaron en la selva, metidos en un rancho de vara en tierra a merced de los animales desconocidos y de los espantos y ruidos extraños que los asustaban en la oscuridad de la noche. Por lo regular, el único libro que habían traído estas familias era el catecismo del Padre Astete que había sido escrito para los niños y la gente sencilla; se leía en familia, todas las noches, antes de acostarse y a la luz de la vela. Habría que esperar varios años para que llegaran nuevos campesinos a instalarse como colonos; cuando esto sucedía aparecían, de vez en cuando, los contadores de cuentos que sabían de memoria adivinanzas, décimas, coplas, cuentos populares antiguos y sacaban a las familias de la monotonía y las introducían en los misterios de los libros. Y cuando fundaban la aldea y aparecía la escuela y los estudiantes aprendían a leer y conocían las cuatro operaciones (suma, resta, multiplicación y división) llegaban también los arrieros, los cuenteros, los culebreros, los mediquillos y los vendedores de plantas medicinales y de específicos, que incluían en sus productos catecismos, libros populares con cuentos de Cosiaca y Pedro Rimales.