Libros, periódicos y revistas que estaban de moda hace un siglo

A propósito de la crisis del libro en papel y de las bibliotecas, es bueno recordar qué leía la gente en el siglo XIX y a principios del siglo pasado. Esto empieza con los campesinos pobres que llegaron de Antioquia desde el año 1800 y se internaron en la selva, metidos en un rancho de vara en tierra a merced de los animales desconocidos y de los espantos y ruidos extraños que los asustaban en la oscuridad de la noche. Por lo regular, el único libro que habían traído estas familias era el catecismo del Padre Astete que había sido escrito para niños y la gente sencilla; se leía en familia, todas las noches, antes de acostarse y a la luz de una vela. Había que esperar varios años para que llegaran nuevos campesinos a instalarse como colonos; cuando esto sucedía aparecían, de vez en cuando, los contadores de cuentos que sabían de memoria adivinanzas, décimas, coplas, cuentos populares antiguos y sacaban a las familias de la monotonía y las introducían en los misterios de los libros. Y cuando fundaban la aldea y aparecía la escuela y los estudiantes aprendían a leer y conocían las cuatro operaciones (suma, resta, multiplicación y división) llegaban también los arrieros, los cuenteros, los culebreros, los mediquillos y los vendedores de plantas medicinales y de específicos, que incluían en sus productos, catecismos y libros populares con cuentos de Cosiaca y Pedro Rimales.

En el año 1876, en plena guerra civil, se editó un periódico llamado “El Estado de Guerra”, salía dos veces a la semana, tenía cuatro páginas, tamaño carta y se editaba en Bogotá; cada número costaba cinco centavos. Tenía orientación liberal pero los arrieros lo distribuían por todas partes: los entregaban para la venta, en las fondas o tiendas de los pueblos y a estos lugares llegaban los campesinos deseosos de conocer el estado del conflicto en el territorio nacional. En los sitios donde la gente no sabía leer, un arriero leía en voz alta y los campesinos le escuchaban en silencio. Para esta época las poblaciones grandes como Manizales, Aguadas, Salamina y Manzanares, tenían imprentas para sacar sus propios periódicos.

Una de las revistas que tenía más divulgación a finales del siglo XIX era El Montañés, que informaba sobre literatura, artes y ciencias. La dirigía don Gabriel Latorre, en Medellín, y se editaba en esa ciudad; pero circulaba en toda la región del sur de Antioquia desde Aguadas hasta Manizales y Pereira, porque en todos estos pueblos se la pedían a los arrieros. En la penúltima página había el siguiente aviso: “El Montañés es el periódico de mejor edición y mayor circulación en Colombia particularmente en Antioquia”. Esta revista tenía 44 páginas y tocaba temas variados; además era profusamente ilustrada con hermosos grabados. Esta revista era coleccionada por los maestros, los profesionales y la gente culta de los pueblos.

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