
Este trotamundos francés era poco conocido en Colombia hasta que la Biblioteca V Centenario de Colcultura publicó, en 1994, su libro Viaje a Colombia 1911-1912. Este viajero vino dos veces a nuestro país: la primera a comienzos de 1892, en misión de trabajo, cuando hizo parte del equipo de ingenieros que se ocupó de la construcción del ferrocarril que debía unir el puerto de Calamar con Cartagena, ferrovía de 105 kilómetros, que se inauguró en 1894. La segunda vez fue en plan de turismo, entró por Buenaventura el 21 de abril de 1911 y salió de Puerto Colombia el 6 de septiembre del mismo año. En su primer viaje contrajo la fiebre amarilla en las riberas del río Magdalena y fue acogido moribundo por la familia Buendía, de Turbaco, que lo atendió y cuidó hasta que recuperó la salud.
Cuando regresó a Colombia en 1911 debía tener entre 55 y 60 años; gozaba de buena salud a pesar de que fumaba mucho, muy vigoroso para enfrentar tan largas y difíciles travesías en mula. Serret tenía buen humor lo que contrastaba con su carácter irascible, impaciente y desconfiado. De acuerdo con sus propias narraciones era un poco tacaño y poco dadivoso con sus servidores a quienes criticaba continuamente por sus defectos y nunca ponderaba la fidelidad, servicios oportunos y sacrificios. Siempre estaba regateando por el precio de las cosas, pues todo le parecía caro.
De Buenaventura siguió para Cali en tren y aquí permaneció unos meses, después se embarcó en el vapor Sucre por el río Cauca y llegó a Fresnillo; aquí se encontró con el guía, según sus propias palabras
“era un joven de unos 20 años, pequeño y flaco como un fósforo, de aire inteligente y de cara despierta; por esto me cayó bien desde el primer momento, pero no sucedió lo mismo con las mulas: viejas, pequeñas, enclenques y, para acabar de completar, heridas en el lomo; me causaron tan mala impresión que no encuentro palabras para expresarlo con energía castellana […] Así pues, hice cargar las maletas en una de las mulas y ensillar la otra. Luego de que mi guía se bebió el trago de aguardiente que yo había mandado servir y que no había tocado, partimos para Cartago. Más o menos tres cuartos de hora después llegué a las primeras casas de Cartago […] luego me alojé en la posada que se tenía por un gran hotel, pero no era más que una inmensa barraca de la época de Don Quijote, toda decrépita y arruinada. En el momento en que llegué el desayuno ya estaba servido. El menú se componía de un buen guiso de calabaza y arroz, tortilla con tomate, bistec a caballo, es decir, acompañado de huevos fritos, una o dos tajadas de piña y un excelente café, que hice acompañar de un pequeño vaso de ron para celebrar retrospectivamente nuestro 14 de julio, Día Nacional de Francia”.