
Uno de los viajeros extranjeros que mejor conoció las tradiciones y la vida cotidiana en la llamada “tierra del oro” de la región caldense, fue el ingeniero francés Juan Bautista Boussingault quien dejó una excelente narración o crónica, partiendo de su diario de viaje. Esta memoria la escribió en cinco volúmenes y la publicó su familia en una edición limitada de 300 ejemplares; una copia llegó a manos del historiador Enrique Otero D’Costa, director de la revista Archivo Historial, de Manizales. A continuación, el doctor Emilio Robledo hizo la traducción del francés y publicó en la revista, en septiembre de 1919, la parte correspondiente a su trabajo como ingeniero de minas en Marmato, Riosucio y Supía y su correría por toda la región.
Boussingault nació en París, en 1802, estudió ingeniería, sobresalió en el campo de la química, y en 1822, conoció a Francisco Antonio Zea, quien se encontraba en Europa buscando préstamos para sacar adelante el país pero, además, tenía la misión de buscar profesores para formar en Bogotá ingenieros civiles y militares. Zea le ofreció un sueldo de siete mil francos de los cuales le adelantó dos mil y le pidió que viajara en un buque de guerra. Entusiasmado por las emociones del viaje a tierras fantásticas partió de Amberes el 22 de septiembre de 1822 en compañía del doctor Roulin, médico distinguido y del doctor Bourdon, cirujano militar y entomólogo. El 22 de noviembre llegaron a la Guaira y el 7 de diciembre a Caracas. Luego siguió la expedición a Cúcuta, Chinácota, Pamplona, Capitanejo y Santa Rosa. En esta población estudió el aerolito que había caído el sábado santo de 1810, pesaba 750 kilos y era utilizado como yunque de un herrero; Boussingault lo compró y tiempo después se forjó una espada destinada a Simón Bolívar, con esta inscripción: “Esta espada es hecha con hierro caído del cielo y para la defensa de la libertad”.
Boussingault llegó a Bogotá y se dedicó a estudiar la sal de Zipaquirá, las esmeraldas de Muzo y los fósiles de la región. En 1824 el gobierno lo comisionó para que estudiara el curso del río Meta pero lo atacó el paludismo de los Llanos y casi muere porque el médico Roulin lo puso a aguantar hambre; lo salvó un médico de Bogotá quien le dio quina en píldoras y con jarabe de naranjas agrias.
Su relación con la zona minera de Marmato empezó en 1825, cuando fue nombrado mediador entre el gobierno y la compañía minera inglesa para estudiar las minas de oro y plata de toda la zona. En su primera excursión a la tierra del oro escribió que
“No fue sino en 1825 cuando por primera vez pasé del Magdalena al Cauca, después de recibir la misión de examinar el estado actual de la explotación del oro en el Distrito de la Vega de Supía, con el fin de dar mi opinión sobre el precio que exigían varios propietarios de minas a una poderosa compañía inglesa que se había organizado en Londres para explotar las riquezas de la Nueva Granada. En síntesis yo era comisionado por el Ministro del ramo para conciliar los intereses de la Nación con los de la Colombian Mining Company. Recibí la orden de pasar por el Páramo de Herveo a fin de reconocer si era posible hacer llegar por esa vía, a Supía, todo el material que se enviara de Inglaterra, con unos mineros. Esta expedición debía desembarcar en Santa Marta, subir luego el río Magdalena hasta Honda; de Honda a Mariquita los transportes se hacían en mulas, pero más adelante ya no se podían emplear sino cargueros cuya carga no podía pasar de cuatro arrobas. En Mariquita me detuve para preparar la expedición. Un mestizo inteligente de apellido Vargas fue elegido como guía o baquiano por conocer perfectamente aquellas selvas donde deberíamos pasar varios días sin hallar habitación alguna”.